¿Se debe forzar a los niños a comer?

Creo que todos estamos familiarizados con la orden por parte de nuestras madres o abuelas de comernos absolutamente todo lo que había en el plato y dejarlo perfectamente limpio, tanto si nos gustaba lo que había como si no, tanto si teníamos hambre como si hacía mucho rato que nos sentíamos llenos. Este tipo de comportamiento se da en casi todas las culturas y sigue perpetuándose.

Este tipo de conducta no sólo no resulta beneficiosa para el niño sino que puede acabar siendo una de las causas de la obesidad. Con nuestra insistencia en comer sin importar si el niño quiere esa comida o la necesita, lo que estamos enseñándole a nuestro hijo es que debe comer ignorando las señales que su cuerpo está enviándole en ese momento. Es importante que el niño aprenda a identificar las señales de su cuerpo, que sepa comprender cuándo tiene en realidad hambre o sed y sepa cuáles son los alimentos que saciarán esa necesidad. Si le enseñamos que eso no es importante, el niño dejará de atender a esas señales y ésa es precisamente una de las causas de la obesidad. Las personas obesas no saben cuándo tienen hambre real y pueden confundir sensaciones como la sed, la ansiedad o el mismo aburrimiento con señales que les indican que deben comer.

El niño debe aprender también a identificar la sensación de saciedad. Debe saber cuándo ha comido lo suficiente y cuándo debe parar. Obligándole a comerse todo lo que hay en el plato le hacemos ignorar esas señales internas. Dará igual si está lleno o no, ya que la única señal a la que debe atender es al plato vacío de comida. Esto hará que en el futuro sea incapaz de identificar esas sensaciones y sólo crea que debe parar de ingerir cuando el plato está limpio o cuando se sienta a reventar. Esta falta de identificación de la saciedad es otro de los factores importantes que provocan la obesidad.

Es importante por tanto dejar que el niño pueda decidir cuándo quiere comer y cuándo no, manteniendo una serie de reglas básicas. Si a la hora de comer no quiere hacerlo, no hay que forzarle, pero siempre que sea consciente de que no podrá comer nada hasta la comida siguiente (nada de dejar el pescado e hincharse a golosinas). Si vemos que alguna comida le resulta especialmente desagradable, siempre se pueden buscar alimentos alternativos que contengan los mismos nutrientes. Hay que hacer que sea el propio niño quien vaya responsabilizándose de lo que come y en que cantidad, ya que su propio cuerpo es el mejor indicador de sus necesidades reales.

Lo que nos lleva a otro error que cometemos los padres a la hora de crear hábitos saludables:

 Porqué no debemos premiar a nuestros hijos con comida

La manera de educar a nuestros hijos a través de la comida, usándola como un sistema de premios y castigos, está cada vez más extendida en nuestra sociedad.

Si nuestro hijo se lo come todo, tendrá postre. Si se porta bien, le compraremos golosinas. Si saca buenas notas, le llevaremos a comer una pizza. Presentamos la comida o se la quitamos dependiendo de su comportamiento, enseñándole que es un refuerzo importante que debe desear y por el que debe luchar, exactamente igual que si estuviéramos educando a un cachorro de perro. Ojo es un comportamiento que tenemos también de adultos. Si celebramos un aniversario o queremos salir a festejar lo primero que se nos ocurre es «salir a comer»…

Este tipo de comportamiento es totalmente inadecuado y tiene múltiples consecuencias negativas. Estamos enseñando a nuestros hijos a darle a la comida unas connotaciones que no debería tener. La comida debería ser simplemente un aporte de energía que nos permita desarrollarnos de manera sana y mantener unos niveles de actividad.

No debería tener connotaciones de premio, no debería ser el indicador de si nuestros padres piensan que nos hemos portado bien y merecemos su aprecio. Para eso deberían estar los elogios, las palabras cariñosas, los abrazos, si quieres salir a celebrar pueden buscar una actividad divertida, a los niños les gusta pasar el tiempo con sus padres, lo mismo da en una hamburguesería que salir a patinar o andar en bicicleta en familia… Hemos sustituido eso por un puñado de golosinas, lo que no resulta sano para el niño tanto desde el punto de vista físico como psicológico.

Además, la comida con la que se suele premiar al niño no suele ser saludable para él. Premiamos a nuestros hijos con helados, golosinas, patatas fritas… Nadie premia a su hijo con frutas o verduras. Por ello, lo que estamos enseñándole al niño es que la comida que debe ser valorada, la que realmente no es una obligación sino un PREMIO; es esa chocolatina, esas galletas, ese helado… Esas serán las comidas que se convertirán en las preferidas del niño, las que realmente le apetecen.

Este tipo de asociaciones se mantienen a lo largo de toda la vida de la persona, haciendo que la comida rica en calorías y azucares sea un premio o un consuelo. Así, consideraremos que nos merecemos darnos un buen atracón de chocolate porque hemos tenido un día horrible o que podemos comernos todas las palomitas que queramos al ir al cine porque durante toda la semana nos hemos estado portando muy bien. Esto convierte a la comida en un sustituto de los premios que no conseguimos en la vida, en un medicamento para nuestra ansiedad o nuestra tristeza, lo que inevitablemente acaba desembocando en la obesidad en muchas ocasiones.

Debemos hacer que los niños identifiquen la comida como lo que es: un aporte energético sin más connotaciones. Debemos reforzarles con palabras, con cariño, con actividades en común… Si lo hacemos al contrario, no estaremos demostrándoles nuestro amor al regalarles una chocolatina, sino que posiblemente estemos condenándole a acabar contrayendo una grave enfermedad, como es la obesidad mórbida. Creo que todos estaremos de acuerdo en que eso no constituye un premio ni la muestra de amor que queremos darle a nuestros hijos.