Así Crecen: 1 año

Los rasguños y los chichones son parte de la vida de los chicos de esta edad.

Cuidado con las caídas

Desde que empiezan a caminar, los golpes son inevitables. Aunque rara vez pasan de un susto, conviene saber qué hacer.

Todas las madres dicen lo mismo de sus hijos: «Es un peligro, corre, trepa, se lanza, choca contra los muebles, tira del mantel con la mesa servida, quiere agarrar todo sin discriminar tamaño o peso… y siempre termina con un chi­chón o magulladura».

Es muy normal. Un chico de esta edad, lleno de energía y curiosidad, se desplaza por la casa o la plaza con total libertad, movido por su única e inquebrantable voluntad de descubrir el mundo. Pero, como su andar es todavía inestable, no es extraño que tropiece o se caiga; y como las casas y los muebles están diseñados para personas adultas, tampoco es raro que choque contra puntas, aristas o bordes.

Por otro lado, por más que los padres se esfuercen en enseñarle a prever situaciones de riesgo, no es posible confiarse ni un segundo, ya que a esta edad no ha adquirido la suficiente madurez como para tener noción del peligro.

Cuando el daño es en la cabeza

Las causas más habituales de caídas o golpes domésticos son las que se producen al chocar contra algún mueble, al tropezar con juguetes u objetos o, simplemente, al caminar o correr. Afortunadamente, este tipo de accidente concluye casi siempre con un pequeño chichón al que bastará ponerle un poco de hielo, una pomada anti-inflamatoria y muchos besos de mamá.

Otra historia son las caídas desde cierta altura —mesa, escalera, sillas, cuna, hamaca—o sobre una superficie muy dura o cortante. Puesto que la cabeza es lo que más pesa, a menudo el pequeño se golpea justamente en esa parte del cuerpo. Los golpes en la frente suelen ser menos peligrosos que en la nuca (hueso occipital), que es la entrada de todo el paquete nervioso que viene de la columna vertebral. De todos modos, ante un golpe en la cabeza de estas características, conviene observar con atención al pequeño para saber cómo actuar y consultar rápidamente con el pediatra.

El llanto es una excelente señal

Después del golpe, el dolor y el susto provocarán seguramente un llanto bastante escandaloso. Esto no debe alarmarnos, ya que las lágrimas indican que el pequeño mantiene su estado de conciencia. Pero, Si el llanto continuara más allá de diez o quince minutos, podría indicar la presencia de algún problema.

Una vez que se calme —siempre y cuando no haya heridas abiertas—, el siguiente paso es evaluar su comportamiento. La mejor manera de hacerlo es distrayéndole con un juego que requiera cierta coordinación. Si el pequeño se entretiene con él, usa con normalidad sus piernas y brazos, y se comporta como lo hace habitualmente, es muy probable que no existan motivos para preocuparse. De todos modos, conviene seguir vigilándolo.

El siguiente paso será darle agua o algún jugo para beber (no sólidos): si no lo vomita, a la hora correspondiente podrá ser alimentado con su comida usual. Del mismo modo, aunque no conviene hacerlo dormir de inmediato para poder observar mejor su comportamiento, sí es importante despertarlo cada cuatro horas durante la noche y comprobar si su estado es normal.

Estas precauciones son importantes, porque un golpe en la cabeza puede engañar a los padres: un chichón muy aparatoso a lo mejor no tiene consecuencias y un golpe sin mayores signos externos sí puede tenerlas. Por ese motivo, siempre hay que informarse rápidamente al pediatra de lo sucedido.

Cortes y rasguños

Cuando la caída o golpe producen una herida abierta, hay que tener en cuenta que, si se trata de la cabeza, puede sangrar mucho debido a la gran profusión de pequeños vasos sanguíneos que contiene.

Cualquiera que sea el lugar del cuerpo en que se haya producido la herida, habrá que limpiarla con agua y jabón, aplicar una gasa (nunca algodón) con agua oxigenada y presionar con ella la zona durante unos minutos. Si la sangre no cesa o el corte parece profundo, será mejor llevar al bebé a emergen­cias para que le den unos puntos.

Los rasguños y contusiones están a la orden del día en pequeños de esta edad. Los primeros se deben limpiar con agua oxigenada y cubrirlos con gasa y cinta adhesiva; las segundas (chichones o golpes que no sangran y producen moretones) requieren hielo o paños de agua muy fría.

Huesos de goma

Afortunadamente, los chicos parecen tener un dios aparte o, como suele decirse, «huesos de goma», ya que las fracturas y torceduras son poco corrientes a pesar de que viven golpeándose casi a cada momento.

Sin embargo, sí es bastante común la llamada prona­ción dolorosa del codo, un tirón del brazo casi siempre producido cuando el bebé es llevado de la mano y se cae, sale el hueso de su lugar y el brazo queda colgando. Sin necesidad de radiografías, el médico lo corrige en el momento y no tiene consecuencias.

Los esguinces o torceduras se identifican por el dolor y la inflamación. Lo mejor es inmovilizar el miembro lesionado con una venda normal y acudir al médico. Si hay una fractura, reconocible por el dolor fuerte y la imposibilidad de movilización, conviene llevarlo directamente al hospital sin hacer ningún vendaje casero.

Una mención aparte merecen los golpes abdominales, típicos de caídas de tobogán o hamaca, que pueden afectar a los intestinos, el bazo (una lesión en el bazo puede ser peligrosa) o los riñones. Después de un golpe en el abdomen que los padres consideren importante, aunque externamente no se vea ningún signo, el pequeño debe ser llevado a emergencias.

Mantener la calma para no asustado

Los padres deben tener mucho dominio de sí mismos para no ponerse nerviosos ante la caída de su hijo, sobre todo si el golpe ha sido fuerte, si sangra mucho o si llora de manera angustiarte. Pero hay que tener muy presente que con el nerviosismo, los gritos y el descontrol sólo se consigue empeorar la situación: el chico se asusta más de lo que está y le resulta muy difícil recuperarse del shock, lo cual, a su vez, aumenta los nervios de sus padres. Será importante entonces mantener a toda costa la calma, primero, para tranquilizar al pequeño y, segundo, para poder actuar lo mejor posible. Tanto para ponerle una tirita como para llevarlo al hospital, él debe sentirse contenido, que la situación está controlada y seguro de que pronto se curará y todo volverá a la normalidad.

Algunas veces, los padres se ponen muy nerviosos ante un accidente y reprenden a su hijo. Hay que tener presente que los retos pronunciados inmediatamente después de un golpe sólo servirán para descargar la tensión del adulto y nunca para que el bebé entienda que se ha hecho daño porque ha sido imprudente o no ha prestado atención a nuestras advertencias. Si, efectivamente, el pequeño ha hecho algo mal, ya llegará el momento de explicárselo con calma para intentar que no lo vuelva a repetir.

Muchos accidentes son evitables

Teniendo en cuenta que un niño de esta edad es capaz de caminar, correr, escalar y alcanzar prácticamente todo lo que no esté bien guardado, conviene dotar el hogar de todos los elementos de seguridad posibles: protectores de goma para bordes y esquinas, topes para los cajones, barreras de seguridad para impedir el acceso a lugares peligrosos como la cocina, el baño o la terraza, rejas o protectores para ventanas peligrosamente bajas, cierres seguros en puertas y ventanas, bandas adhesivas para mesas y puertas de cristal, etc., etc.

Como la seguridad del pequeño dependerá de la creación de un entorno adecuado a sus movimientos, habrá que examinar la casa en forma escrupulosa para detectar cualquier peligro latente: cristalería y objetos pesados al alcance de su mano, estanterías bajas a las que pueda subirse con facilidad, enchufes sin tapa, cortinas de las que pueda colgarse, objetos en el camino, alfombras resbaladizas, cables de los que sea fácil tirar.

Respecto de los muebles, hay que tener especial cuidado con la altura de los barrotes de la cuna y el corralito (más de 60 cm), verificar que la sillita sea lo suficientemente pesada como para afianzarse bien al suelo y no usar, en la medida de lo posible, andador: puede chocar o deslizarse por zonas peligrosas.

Nelly Corral ■

Asesor: Dr. Dimas Romero, médico pediatra.

Fuente: Revista Ser PAdres

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